miércoles, 5 de mayo de 2010

KALVKÖTT, vista y contada por quienes la hacen...



Esta es la visión de Alejo sobre su proceso en KALVKöTT

"me pongo a escribir alentado por el sacudón afectivo que fué la pasada parcial de hoy. Emociones de las mejores. Sentí que KALVKÖT efectivamente llegó a nuestras vidas para quedarse, como dijo algún compañero. Ya la tenemos. Es cuestión de tiempo, nada más. Ya entendimos cómo se vive con ella. No puedo contar fácilmente lo que me pasa con KALVKÖT. Lo que siento, mejor dicho. Porque no me pasa, me queda en el alma. Por ahora solamente puedo hacerlo desde un pequeño relato de imágenes y recuerdos imaginados de Abel. Cuando despidió a su hija. Que seguramente también son míos. Cuando me toca despedir a un hijo que crece ó a un amigo que deja esta vida y me deja triste. Creo que los actores contamos desde lo que otros imaginan y escriben y también desde lo que fuimos y lo que hoy somos. Y también desde ambas cosas juntas. Es decir desde lo que nos pasó, lo que sufrimos, lo que perdimos, lo que gozamos y lo que nos hace felices, por suerte. Empiezo por allí. Quizás más adelante pueda ser más preciso hablando del trabajo en sí. Por ahora comienzo con este relato pequeñito. Otros aparecerán, seguramente. "
Alejo

Acá va el relato construido por Alejo como parte del laburo de engendrar a ABEL (uno de sus personajes en KALVKÖTT) . El relato es sobre la despedida de Abel en Ezeiza en aquel 1976 tan particular para él como padre...

Sabía que no iba a poder ver cómo partía el avión desde Ezeiza. Ya no permitían, como antes, el acceso a las terrazas para despedir a quienes se iban. Qué lástima, dijo. Ahora, era tanta la distancia entre la puerta de embarque y la pista de despegue que debía conformarse con haberla visto en ese instante en que se abrazaron por última vez. Cuando la apretó fuerte entre sus brazos y le dijo cuidáte mi chiquita, te quiero mucho. Ya solo, miró a Nora para volver al auto. Ella, en cambio, no lo miró. Tan sólo comenzó a caminar desde el hall central hacia el estacionamiento. La siguió detrás, y al pasar frente al tablero que informaba sobre las partidas de ese día, se detuvo a leerlo. Tuvo que mirar con atención las tablillas que iban cayendo rápidamente una sobre otra para formar las palabras que identificaban cada aerolínea. Buscó con la mirada el casillero correspondiente al vuelo SAS 1364 en el que se había embarcado su hija. Habían insertado un cartelito que decía Despegado. María ya volaba rumbo a Estocolmo, pensó. Habían logrado sacarla del país, salvarle la vida. Quiso retomar el paso pero no pudo. Se apoyó en una columna y comenzó a llorar en un silencio desconsolado. En unos instantes recuperó la calma, reinició su camino hacia el auto. Su mujer lo estaba esperando y, sin decirle una palabra, le alcanzó un pañuelo. Abrió las puertas, subieron y puso el motor en marcha. Apoyó sus manos sobre el volante y permaneció así durante unos minutos. Ya se fué, dijo. Pensativo, prendió un cigarrillo y arrancó la marcha hacia las casillas de salida. Bajó la ventanilla, entregó el ticket, pagó y dejó atrás el control militar. Por el espejo retrovisor vió cómo, lentamente, la Policía Aeronáutica bajaba la barrera amarilla. Se alejaba finalmente del aeropuerto. Su corazón también.

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